Por José Palacín | Porriño | 26/11/2010
Muchos “grandes líderes” se han venido pronunciando sobre la Crisis Internacional en los últimos meses. Nicolás Sarcozy relinchó la frase: “Hay que refundar el capitalismo” unas verbas que pretendían rebotar como un eco eterno en el valle de la historia y que al final se han quedado en una burda mezcla de napoleonismo ridículo y de marxismo de pijama.
Barack Obama, Presidente de la nación del libre mercado por excelencia, culpaba ya hace algún tiempo de esta grave situación a Wall Street y cargaba tintas contra los perversos y avariciosos ejecutivos que habían especulado con el dinero de los ahorradores de forma irresponsable.
No hay duda que a Obama no le faltan argumentos cuando afirma que el Dow Jones, el DAX, el Eurostock, el AES, el Nikkei o ¿por que no?, el IBEX 35, entre otros mercados bursátiles, han sido durante más de una década los grandes casinos del mundo.
Los pequeños ahorradores fuimos acudiendo a “Las Vegas de las Finanzas”, portando cada uno de nosotros en nuestros hatillos los ahorros de una vida de esfuerzos y entregándoselos de forma irreflexiva a nuestros agentes bancarios que nos los canjearon por fichas.
Éstas eran de centenares de colores (dólares, euros, yenes, etc...), valores, según la solvencia de cada cartera, y formatos (hipotecas, bonos, participaciones, productos bancarios mixtos).
Todas estas fichas estaban avaladas por prestigiosos bancos, pingues empresas y gobiernos serios que efectuaban una labor de vigilancia a través de los agentes de seguridad del casino.
En ese sentido se nos hablaba de los tribunales de la competencia, de los supervisores del mercado de valores, del consejo de vigilancia de adquisición de acciones, de los agentes fiscales y toda una red de seguridad articulada por los bancos, empresas y gobiernos que nos alentaban a comprar fichas entregando nuestro dinero o hipotecando nuestras vidas con un absoluto ratio de seguridad. Aquel era un casino en el que todos ganaríamos.
Una vez dentro del casino los ahorradores nos encontramos crupieres enmascarados detrás de las mesas y empezamos a jugar contra ellos de forma infantil exhibiendo nuestros productos e hipotecas. ¿Quiénes serían esos crupieres? Bahhh, daba igual, todos íbamos a sacar mucho dinero de manera fácil.
De repente y sin avisar aquellos crupieres se marcharon de las mesas y nos dejaron en medio de la partida con nuestras fichas de colorines sobre los tapetes. Se escuchó de repente una voz a través de la megafonía mediática del casino y ésta decía: “Señores, sus fichas no valen nada porque el casino ha quebrado”.
Aprehendidos por el pánico corrimos empujándonos unos a otros por los pasillos hacía la “ventanilla de cambio” pero allí no quedaba nadie para devolvernos lo invertido. Nuestras fichas valían lo de las de parchís, o sea la declaración más o menos tangible de nuestra puerilidad mercantil.
Luego nos pusieron una gran pantalla y por fin empezaron a salir los dos grandes socios dueños del casino; bancos y grandes multinacionales. Y ambos se empecinaron en culparse mutuamente; pero de lo sustraído no quedaba ni rastro, todo se había volatilizado.
Por fin, al final de la función, en la gran pantalla mediática salieron los 20 crupieres enmascarados y delante del mundo descubrieron su verdadero rostro; Y la gran sorpresa es que los que habían repartido cartas en aquel macabro juego eran aquellos en los que habíamos confiado y a los cuales les habíamos entregado tiempo antes nuestra otra gran pieza de valor: el voto.