u Santidad aterrizó entre la niebla de Labacolla y, aún envuelto en ella, se apresuró en recordarnos que encuentra a la otrora “católica España”, demasiado laica y librepensadora. Para reforzar su argumentación no encontró el Papa mejor paralelismo que el de la II República situándose, por tanto, del lado de los golpistas del 36, por lo visto más acordes con los principios y valores que defiende aquél cuya elección inspira el espíritu santo.
Llegó el Papa Ratzinger, el estricto guardián de la fe, dispuesto a poner los puntos sobre las íes y no desperdiciar ocasión para reclamar pureza y ortodoxia frente al avance de una sociedad diversa, plural y poco entregada al dogma.. Se va el Papa, que antaño velaba por la disciplina en la Iglesia, como llegó, cumpliendo su papel y sin mirar a derecha o izquierda.. no fuera a ser que en el movimiento se le colara la realidad cotidiana que viven millones de personas más allá de los báculos, lejos de los gritos enfervorizados o, incluso, muchos de los que ayer le aclamaban.. La realidad, Santidad, la realidad…
Porque seguramente, al intelectual bávaro, profesor universitario, políglota y experto pianista le resulta fácil dictar Encíclicas y discursos paseando por las Estancias de Rafael, sentando doctrina sobre la familia, el amor, la paz, la vida, la muerte y, por supuesto, la fe.. Porque debe ser sencillo y hasta placentero, Santidad, enunciar principios inalterables sobre la vida del ser humano, caminando entre la “Escuela de Atenas” o deslizándose bajo la abigarrada violencia imaginada por Miguel Angel; allí, con toda seguridad, el espíritu santo puede inspirar cualquier decisión, y las personas no somos más que minúsculas presencias sin valor en sí mismas, sin más sentido que cumplir la voluntad un dios desconocido e infinito - voluntad interpretada por una legión de sacerdotes que poco o nada saben de la vida – y, com dice la liturgia “cantar sus alabanzas”. Qué pequeño debe percibirse el ser humano bajo el baldaquino de Bernini, qué despreciables deben de sentirse las miserias del mundo cuando se abren las puertas del balcón y la multitud le aclama mientras el protodiácono exclama.. habemus papam..
Pero verá Santidad, la realidad no es tan serena como los jardines de Castel Gandolfo y la vida no se queda suspendida entre hileras de cardenales con incensarios dedicados a evitar, a toda costa, que la vida penetre entre las imponentes columnas de la Basílica diseñada por Bramante.. Nunca se ha preguntado el por qué de ese laicismo que se empeña en denunciar?.. Quizás, sólo quizás, porque algunos millones de seres no logran comprender que la Iglesia de aquél que murió en la cruz no tenga mejor mensaje que llevar a los países de los hambrientos que un alegato contra la anticoncepción.. quizás, sólo quizás, millones de personas decentes y biempensantes contemplan atónitas el espectáculo de un Papa bramando contra los preservativos en un país asolado por el Sida, el hambre y la guerra.. Tal vez, sólo tal vez, sea más sencillo escribir alegatos contra la investigación mientras se recorre el “Passetto” que explicarle a una pareja cuyo hijo puede tener una enfermedad terrible, que la investigación con células madre va contra la ley de dios.. de qué dios??.
Es posible que no haya reparado usted en el hecho de que una parte de quienes le escuchan y le siguen tienen hijos, hermanas, amigos, sobrinas, madres.. cuya opción sexual es señalada como “enfermedad”, sin compasión alguna, sin comprender… sin entender nada… Mientras tanto, Santidad, muchas personas quizá – sólo quizás – se preguntan cómo es posible que la Iglesia de aquél que fue humillado, insultado, perseguido y asesinado, no demuestra más valor a la hora de defender a las víctimas de quienes abusaron del poder que dan la sotana y la cruz, de quienes no debieran merecer ese silencio espeso sólo comprensible desde una concepción arcaica del poder y refrectaria a cualquier síntoma de cambio… cómo es posible que la Iglesia, su jerarquía, no hayan perseguido y evitado tanto abuso???... Quizás no se haya percatado que muchos no comprenden dónde está la coherencia entre la doctrina de la paz y la imagen de Pio XII bendiciendo las tropas de Mussolini, dónde la Iglesia de los pobres con el esplendor de su poder, dónde la compasión y el amor al prójimo con el ataque a quienes no caminan entre los estrechos márgenes del dogma…
Probablemente, Santidad, le cueste comprender que esta España que le recibe con el calor justo y que defrauda las expectativas de quienes habían anunciado avalanchas nunca vistas, tiene más de laica que de agresiva – por utilizar otro de los adjetivos de su discurso- y que un país que se volcó con Haití, que acaba de premiar la labor de cooperación de Manos Unidas y que sustentó la labor de Vicente Ferrer, quizás – sólo quizás – están más cerca de la iglesia de aquél que expulsó a los mercaderes del templo que de quienes le interpretan e insisten en imponer un canon moral que poco tiene que ver con la fe y mucho con el insoportable yugo de la ortodoxia intolerante. Feliz regreso a casa.