Por Mar Barcón | | 29/01/2011
Cambios en el Gobierno, una precisa elección de quien había de dirigir el Ministerio de Trabajo, la presencia constante de los “pesos pesados” del Gabinete y la negociación directa del Presidente Zapatero dan idea de la trascendencia del acuerdo. Por el bando sindical, una vez más Méndez, Toxo y las cúpulas de ambas organizaciones han exhibido las mejores dotes para el consenso y demostraron cuan injustas y gratuitas son algunas críticas que sólo intentan desacreditar la interlocución social de quienes han sido y son elementos esenciales en un país democrático. Los empresarios tampoco quisieron quedarse atrás y, a diferencia de otros momentos, evitaron situarse en una posición extrema, facilitando que se alcanzase un acuerdo del que ellos salen también beneficiados.
Es obvio que Europa miraba recelosa el proceso negociador y no lo es menos que la variación en la edad de jubilación se situó desde el primer minuto en el centro del disenso. Pasar de los 65 a los 67 años como edad de referencia parecía inevitable para los unos e intolerable para los otros. A la vista está que ambos han recorrido un trecho sustancial en busca de una posición común. La sostenibilidad del sistema público de pensiones estaba en cuestión y garantizarla era una tarea en la que nadie que dijese defender los derechos sociales, podía faltar. La pirámide demográfica, el contexto económico actual y previsible para la próxima década, el incremento incesante de la esperanza de vida, la revalorización de las pensiones contributivas y no contributivas, la elevación en los derechos adquiridos por una parte importante de la sociedad y el entorno económico y financiero hacían imprescindible que España se uniera a las reformas que los restantes países europeos tienen también en marcha. No se trata, contra lo que muchos señalaban, de poner en cuestión un sistema de pensiones público y favorecer planes privados sino, bien al contrario, de preservar la solidez del modelo actual y por tanto protegerlo frente a veleidades liberales.
Es cierto que, como señaló Navarro en distintos artículos, las previsiones demográficas y económicas en las que se basó la revisión del 95 no fueron todas exactas, pero no lo es menos que parece poco probable que vivamos en los próximos diez años una explosión demográfica similar a la protagonizada por la inmigración en los años expansivos y, en todo caso, si varían las circunstancias el Pacto de Toledo permite perfectamente adaptar el modelo a las mismas con tal de garantizar su sostenibilidad. Cierto que el superávit del sistema en un año tan malo para el empleo como el 2010 habla de la solidez del mismo, pero por ello resulta tanto más importante seguir fortaleciéndolo a largo plazo.
En definitiva, las condiciones de jubilación pactadas (38,5 años de cotización se precisarán para cobrar la pensión total a los 65 años y sólo 37 años si se llega a los 67) parecen similares a las condiciones en el resto de Europa; por ejemplo en Francia la jubilación a los 62 sólo se cobra completa tras 41 años de cotización, lo que implicaría comenzar a cotizar a los 21 años, algo improbable en España. Las medidas novedosas como la cotización por el período de cuidado de hijos o los becarios, redundan en mejores condiciones para aquellos sectores que peor lo tienen: empleo femenino y juvenil; el mantenimiento de los 400 euros como un derecho subjetivo vinculado a un itinerario es, sin duda, un avance y la reforma de las políticas activas de empleo mejorará la utilidad de los servicios públicos de empleo. Por tanto, ha valido la pena esperar, negociar, reunirse, hablar y renunciar a apriorismos. La sociedad exigía algo más que palabras o gestos, exigía demostrar que quienes tienen la legitimidad de las urnas y la interlocución social saben y pueden estar a la altura de lo que se necesita. Finalmente,una vez más, bienvenido Jesús Caldera.. evidentemente, un hombre que trae suerte…